sábado, 17 de mayo de 2014




5 años de Río Arriba
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martes, 18 de febrero de 2014

La máquina


Aquí está la máquina
yo sé muy pocas cosas pero sé por cierto
que es hermosa y que es perfecta, mira
nada más cómo iridescen sus aristas
como un mosaico de espejos en desfase
y cómo tiene válvulas y tubos
y cómo no le falta nada
ya tiene muchos años que apretamos sus últimos pernos
y no pasa ni un día sin que alguien venga
para atenderla a cuerpo de reina y limpiar sus junturas
y ver con deleite lo que pasa si se activa una palanca
o sólo a mirarla y a mirarla y a rozar
con los dedos su acerina piel de pez y a murmurarle
eres hermosa
y muchos se quedan por ratos muy largos
viendo sus reflejos en los muslos bruñidos de la máquina

quisiera ser capaz de decir más bellamente
que estos focos blancos son sus ojos
y creo que sabe bien que estoy aquí y está encendida
desde que recuerdo y jamás me atrevería
a apagarla pues me asombra y paraliza
el miedo de las cosas que podrían pasar
y también podría pasar que no pasara nada y eso
sería mucho peor

mejor que se quede encendida
quizá no le haga daño a nadie
y así estaba cuando yo llegué
porque ahora que lo pienso ya era vieja
ya era muy vieja la primera vez que la vi

no se siguió un plano al construirla
y nadie ha escrito nunca su instructivo así que
no sabemos cómo se usa
nadie sabe y nunca lo ha sabido nadie
muchos han querido utilizarla
han metido mano impía en sus recovecos
han tecleado comandos sin saber su idioma
y claro que han pasado cosas
algunos incluso se han muerto
pero nunca hemos sabido a ciencia cierta
si estas cosas fueron obra de la máquina
que se queda augusta y quieta
como un animal dormido
que en silencio ronronea
o como un dios que nos observa refulgente.

Juan Carlos Garzón (Distrito Federal, 1986) es licenciado en Filosofía por la UNAM, donde actualmente estudia la maestría. Trabaja como guionista de televisión y como traductor de teatro; publica poesía periódicamente en Revista Síncope, en Dixo, en Letras Explícitas y en su blog personal www.ahilesvaunsoneto.com. Ha publicado también en Etcétera, Punto de Partida, Círculo de poesía, Letralia, Mil Mesetas, Radiador, Garuyo, Y los rinocerontes bostezan y Replicante.








lunes, 13 de enero de 2014

Tormenta



Pasas con furia,
Dejando un páramo de lágrimas y lodo,
Donde los hombres vagan tiritando.

No temo los desastres de tus piernas.

He visto cómo arrebatas tragos,
desapareces la yerba en tu camino.

Es el riesgo de habitar la región más fértil de la noche.

Ahora debo cerrar los ojos.

Tu falda gira cerca.

Tu cabellera pronto azotará mis parpados.

Sergio G. Osorio
Foto: MaeC, "Due morti"

miércoles, 8 de enero de 2014

Herencia


Me contaste una historia tiempo antes
de que perdieras la memoria, desenvolviste
en mí las ideas de los árboles que pasan
las horas junto a un lago de sombrías
aguas quietas, apenas, habitadas por el
ruido del día callado que no sabe
de nombres ni de tristes novelas de amor
o de ternura fallida que se escriben
en el corazón de la ciudad o en la sala
de algún departamento dotado de anaqueles.

Contigo las horas sonaban a pesca con
caña flaca, las piedras me imitaban,
los párpados se detenían y no muy lejos de
nosotros –en nuestro pensamiento-
los hombres eran de yeso pulido... blanco.

Aquella historia siempre era la misma,
me entrenabas para ser buen hombre,
uno con historias en los labios y mis brazos
queriéndote abrazar porque yo no tenía
monedas que te hicieran seguir hablando.

Aquí, sentado tiempo después,
y ya lejos de tu memoria lúcida;
reavivo el patio de las garzas que vienen
a contarle una historia a sus hijos blancos
porque saben que para la próxima migración
no volverán acompañándolos otra vez.

David Corona, Puebla.
Foto: MaeC, "Mano".

miércoles, 11 de diciembre de 2013

El chivo y la encuerada


Se casan un chivo y una desnuda cerca de aquí, en un lugar pueblerino. Ya sabrán, tremenda trifulca: que chivo que no se come es el diablo; que le pongan ropa a la encuerada; que todos están locos ¡por qué se casan en lunes!

¡Cuánto disparate! Nunca piensan en lo importante. ¡¡No han pensado en cómo le va'ser pa' mantenerla!!

“No se preocupe”, me dice ella, “todas las noches me da el chivo” y se va sonriendo.

Omar Tiscareño.
Foto: Especial

martes, 10 de diciembre de 2013

Breviarios



Dame la mano
para saber la hora
en que te marches.

Cuando te marches,
nunca sueltes mi mano
porque ella no habrá de soltarte.

***
Hoy la noche sabe distinto,
un ligero azul la consume.
Si antes de amarte
me quitara esta piel ya cansada
sabría la forma en que finges
cuando hablas.

Por favor no intentes nada,
no te asustes,
sólo calla.

***
Tengo miedo de despertar de noche
y ahogarme en una mar de sábanas
donde su respiro no es más
que el vértigo que me sopla en la cara.

César Pérez González.
Foto: “Il sole tra di noi”, MaeC.















miércoles, 4 de diciembre de 2013

Miedo a las alturas



(A El Borde)
Why do we fall?
So we can learn to pick ourselves up.
Batman. The Dark Knight Returns.


¿Qué tan alto se puede caer y vivir para contarlo?
una pregunta recurrente cada que miro por la azotea.
(¿Qué debiste pensar justo antes de lanzarte?)

Supongo que cualquier distancia es igual,
nueve punto ocho segundos
es el tiempo exacto
entre el choque de masas,
y el último suspiro
entre la vida y la muerte.

(Desde acá arriba
todo parece l i v i a n o.)

Cierro los ojos,
           abro mis brazos.
                               He perdido el miedo
                                            a las
                                                a
                                                l
                                                t
                                                u
                                                r
                                                a
                                                s

L. Oliver Miranda Charles.



Mirada de domingo



Las personas caminaban en grupo deleitándose con el espectáculo que la vida salvaje ofrecía: criaturas con una exquisita destreza al acicalarse y una magistral habilidad para insuflar los pulmones.

Adolfo sostenía el teléfono móvil durante el recorrido; alternaba los ojos entre la pantalla y el suelo para evitar una caída no programada. De cuando en cuando, de sus manos emergían un par de dedos extra capaces de realizar veloces movi
mientos que emitían sonidos similares a cinceladas. -Papi, papi mira a los monos.- Estridentes risas surgían de la multitud cuando aquel pariente lejano (cercano en algunos casos) dibujaba una parábola perfecta con su orina al balancearse. Mensaje de texto enviado.

Los ojos de los niños casi escapaban de sus órbitas para buscar ávidamente a las huidizas panteras.- Papi mira, ese gatote es un poco tímido.- Usted ha recibido un mensaje de texto. Adultos y niños se enternecieron ante el titánico elefante y su cría.- Mira papi, ese elefante cuida a su bebé como tú a mí.- No hubo respuesta. Los leones provocaron una exclamación en coro al mostrar sus mortales fauces.- Papi mira, es igual a ti cuando bostezas.- La batería se ha agotado. Con la pantalla muerta, los ojos de Adolfo encontraron consuelo y vivieron su duelo en los gastados adoquines.

-Papi, papi, mira esos peces, han organizado una coreografía, la saben de memoria, ¡ninguno comete un solo error!- Adolfo se encontraba a dos centímetros de una sólida pared de cristal, gracias a un acto reflejo entornó los ojos para evitar un vergonzoso golpe, y ahí estaba: solitaria, taciturna, flotaba en su propio universo con la serenidad que 100 años de ciclos cardíacos le habían brindado, nadaba al ritmo del deshielo glacial, protegida del cataclismo sólo con un escudo de escamas comprimidas y un aguerrido espíritu. Mutua mirada. La retina de Adolfo se apagó y la profundidad de su consciencia fue testigo del más fino espectáculo: un matrimonio por conveniencia, una amante, el festival del día del padre olvidado, la funesta rutina de ordenar documentos, el viaje ácido de la semana pasada, ideales destrozados, el endiablado teléfono móvil, mil sueños frustrados, tal vez mil uno; un lecho frío, la prostituta de anoche, la sonrisa del niño, otra prostituta, un perpetuo vacío.

Su boca fue invadida por un gusto putrefacto, su estómago se vació violentamente al tiempo que la insistente voz preguntaba: papi ¿por qué a la tortuga sí la miras?

Karina Zavaleta Huitrón.
Foto: “Incapaci”, MaeC.

martes, 3 de diciembre de 2013

Ubú


Ubú no es un ave, la gente común puede irse de largo por su imagen y etiquetarla como tal, pero no lo es.
Ubú es el único ejemplar en este mundo del Ashuanta Triangulus Dodecimocentuauri, es por tanto un ser solitario, por eso nació de la nada, para no tener familia ni parientes lejanos, ni siquiera coincidencias sanguíneas.

Él sabía, desde que era energía, que lo suyo, lo suyo, era la soledad.

Conocí a Ubú mientras hacía unos cálculos financieros divertidísimos. Apareció caminando entre el escritorio y la hoja de papel. Plano, unidimensional.

Al ver aparecer sus primeras plumas tallé mis ojos y pensé en la taza del café. Demasiado cargado, me dije. Mi corazón latía con calma; Ubú aparecía ya completo sobre la hoja llena de cifras estratosféricas, abstractas, una tontería.

Un suspiro movió las plumas de Ubú, era yo, a cambio de la brisa él me dirigió un parpadeo profundo, sus ojos eran un par de fosos llenos de calma, me dejé caer en ellos.

¡Marcí!, ¿Cuánto te resulta en 2012 por el concepto de dividendos pagados?

Era mi jefe hablándome desde su lugar.

Cerré los ojos, aspiré profundo, tratando de encontrar las ganas de responder, un olor a musgo explotó en mi cabeza. Una cálida humedad broto de mí, al abrir los ojos encontré una mano musgosa, verde, viva, fresca. Intenté, con mucho miedo, probar que era la cafeína lo que planteaba esta escena, así que ordené a mi mano derecha moverse...

¡Y se movió! ¡La mano musgosa era mí mano! arrojé toda mi expectación hacia Ubú, con terror descubrí que al mover mi mano derecha él movía su ala derecha. Con la cabeza hice un gesto negativo, mismo que se reflejó en Ubú pero en forma positiva acompañado de un pestañeo y de un: ¡Ak! emitido de forma estruendosa. Llevé mi mano boscosa a la boca y pude comprobar que de ella también había salido un ¡Ak!.
¿Qué dijiste Marcí?

Ak, ak , ak, le respondí a mi jefe.  Ubú siguió mirando, echaba su cabeza de un lado y poquito del otro, parecía que me esperaba. Giré sobre mi silla, pude ver mis pies convertidos en raíces.

No pude más, doble la hoja donde Ubú había aparecido, la guardé en mi bolso, apagué la computadora y salí corriendo de la oficina haciendo: ak, ak, ak, dejando charquitos verdes a mi paso.

No volví

Marcia Donato: (México, 1983).
Foto: Especial