lunes, 25 de noviembre de 2013

Ahogado de amor



Bebía. De jueves a domingo bebía, los lunes también lo hacía, a veces martes y miércoles. Pasaba los días frente a una botella de whisky barato. Era una fotografía suya, siempre se le veía con una copa llena de alcohol, un cigarrillo y una mirada fúnebre. Nadie sabía nada, pero él lo sabía todo. La gente le veía con lástima, cuchicheaba a sus espaldas, el los odiaba por eso. No concebía estar cerca de nadie, a veces se conseguía a alguna mujer de la calle, para saciarse, para olvidarla. Nunca lo logró.

Unos meses atrás la había visto llegar. Una chica con una sonrisa
que podría conquistar hasta al diablo. Los cabellos largos a la cintura, un brillo inocente en los ojos, y aquella mirada dulce que le volvió loco. No había vuelta de hoja, sabía que era ella, la había visto en sueños, su corazón se lo grito en ese momento. La había encontrado. Aquél pobre diablo, se enamoró de aquella chica, que sin imaginarlo quedó rendida a sus pies. Un dulce juego de palabras, una cacería extraordinaria por parte de él.

Se rodearon de palabras. El la veía a los ojos, y el cuerpo le temblaba por dentro. Aquellos ojos lo rompieron desde el primer momento. Ella le cubría los ojos y al oído le susurraba la vida. Se sentaba en su regazo y él le contaba cómo iban a ser sus caminos juntos. Él estaba enamorado, de esos amores que se ven en las películas y que te resignas a nunca sentir. Ese amor que te come por dentro, después de haber paseado por todo tu cuerpo.

Lo que aquel hombre no sabía, es que aquella chica por la que estaba perdido tenía otros planes. Ella estaba de paso por aquellos lugares. Él fue uno de sus tantos amores. Lo que ella no sabía es que iba a ser el único amor de aquel infeliz hombre que habría dado su vida por ella.

Y cuando se fue se llevó un pedazo de su cuerpo, desde ahí supo que nunca iba a estar completo de nuevo. Le abrió una herida, le hecho polvo y algo más para que nunca cicatrizara. Le rompió la vida, los sueños, el amor. Se convirtió en una mala caricatura de sí mismo.

Ahora mira su botella y bebe. Sale, consigue una mujer, busca en cualquiera algunos besos que le recuerden los de ella, trata de encontrar en alguna mirada sus ojos. Quiere unos abrazos como los que aquella mujer le daba. Pero nunca encuentra nada parecido y se sumerge en esas gotas que lo hacen olvidar, solo un momento pero lo hacen olvidar. Entre alcohol y silencio.

Amairani Lavadores: (Mérida, Yucatán, 1990).
Foto: “Ricordo”, MaeC.

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